Tomada de “Experiencias en lo increíble pero cierto”. Otoño del 98. De la Profesora Constantina Parra Rogél.
En el año de 1970, yo tenía mi dormitorio hasta el fondo de la casa, porque era el lugar más tranquilo, sin la molestia del ruido de la calle.
Una noche, por su trabajo, mi esposo me habló por teléfono y me dijo que no podía llegar temprano, y como esto no sucedía con frecuencia, no llevaba llave. Por lo que me pedía que estuviera pendiente para abrirle. Por esta razón, no pude conciliar el sueño y me puse a leer. Como a las doce de la noche empecé a oír como que alguien estaba lavando ropa, clarito se oía como se restregaban las prendas y se extraía agua del tanque y se vertía al lavadero para después dejar caer la jícara vacía.
Al principio pensé que sería la vecina la que estaba lavando, pero al pasar las horas, el ruido se oía más cerca, ahí junto a mi recamara, pues el lavadero se encuentra como a metro y medio e mi puerta; la luz estaba encendida, a pesar de eso ya me estaba poniendo nerviosa ese ruido, y no pudiendo aguantar más, abrí la puerta para sorprender a la persona que lavaba, pero no había nadie, me acerque al lavadero, tenia la seguridad de que debía de estar mojado pero estaba seco, seco, me asomé al tanque de agua; unos minutos antes oí el chapoteo del agua al golpearla con el cazo para extraerla, pero el agua estaba quieta y el cazo boca abajo en su lugar.
Poco después, me cambié a la planta alta y ese cuarto se le dejó a la muchacha que hacía el aseo; ella ocupó el cuarto por tres años y un día le pregunté: ¿Teodora, en el cuarto donde duermes no espantan?, y ella respondió muy segura:- No, no espantan; nada más noche con noche lavan y lavan. – ¿ y no te da miedo ?, le pregunté, y respondió: -No, pues yo lavo de día. –
Nunca le narré mi experiencia y me reí de sus respuestas, pues ella nunca se imaginó la razón por la cual le pregunte aquello.