Tomada de “Iguala la Trigarante” de la Profesora Catalina Pastrana.
Hace muchos años, por la calle de Aldama vivió don Albino el aguador, la importancia de don Albino estaba en su violín. Con su violín ensayaba a las pastorcitas que cantaban y bailaban el doce de diciembre en la fiesta de la Guadalupita.
Como aguador o como violinista siempre anduvo con su ropa de manta. Era un hombre alto, de piel blanca, de ojos grandes y apacibles. Su esposa era bajita y delgada. Por la tarde, después del trabajo, ambos se sentaban en el patio de su casa, ahí tenían jazmines y un rosal, ahí tomaban los dos su descanso. El tocaba el violín y ella lo miraba embelesada, pero se dormía, él seguía tocando el violín.
Esa era su vida cotidiana, sencilla, tranquila, una humilde pareja unida por el amor y la música.
Entre los días rutinarios fueron envejeciendo sin llegar a la ancianidad. En una de esas tardes ella murió, sus ojos secos se cerraron para siempre, y los ojos color de miel de don Albino, se volvieron un manantial de lagrimas.
También en el dolor, sus días se fueron haciendo rutinarios. La soledad no cambió en nada su vida, pero la tristeza se le hizo larga.
Por las tardes y por mucho tiempo, Don Albino siguió tocando el violín, por la noche, ponía sobre la cama un vestido de su esposa, lo extendía y lo contemplaba extasiado, su amor se fue haciendo sublime.
Mientras tocaba percibía en el viento el olor de los jazmines y el sabor de los recuerdos.
La tristeza y la música hasta el fin, lo unieron más a su esposa, siempre entre las dulces notas de su violín.