Tomada de “Experiencias en lo increíble pero cierto”. Otoño del 98. De la Profesora Constantina Parra Rogél.
Corría el año de 1944, vivíamos en la calle del Ferrocarril, paralela a la vía del tren que va para Balsas, cerca de la fábrica de aceite (Minaya), que por esa época estaba en su apogeo , habían tres turnos de obreros, se trabajaba de día y de noche.
Mi papá era bodeguero de la compañía Mexargo S.A., que compraba todo el cascalote que se traía de Tierra Caliente; la bodega tenía 10 cuartos, los cuales se llenaban hasta el tope y para que les cupiera más, los costales se vaciaban poniendo algunos llenos sólo en las puertas, después se envasaban otra vez y se cargaban en el tren; yo creo que para León Guanajuato, donde el cascalote se usaba para curtir pieles.
Nosotros ocupábamos la vivienda principal, teníamos teléfono, luz y un pozo donde extraíamos el agua. Una vecina que se llamaba Catalina y su esposo Zeferino Arce (que trabajaba en la fabrica mencionada) tenían cinco hijos, tres mujeres y dos hombres que eran muy traviesos y alborotadores, por lo que pocas veces jugábamos con ellos.
Una noche, mis padres se fueron al centro y quién sabe por qué se les hizo más trade de lo normal, por lo que le pedimos a doña Catalina , que dejara que sus hijos nos acompañaran hasta que llegaran nuestros papás, a lo cual ella convino.
Empezamos a jugar rondas infantiles, ellos gritaban a más no poder; de pronto, una de las niñas volteó a la puerta del patio y me dijo: ¡Mira tu hermano!; volvimos todos la cabeza y vimos a un muchacho (que por supuesto no era mi hermano, sino un desconocido que nos miraba sonriendo). La casa estaba completamente bardeada y todas las puertas cerradas; para que los niños no tuvieran miedo y no se fueran, yo no los saqué de su error, aunque todos conocían a mi hermano y por supuesto, ése no era.
Yo empecé a cantar más alto, pero por más esfuerzo que hacia ellos ya no me seguían y no dejaban de mirar la puerta del fondo. No sé cuando desapareció el muchacho, pues yo estaba ocupada en tratar de retener a mis pequeños visitantes; por suerte, llegaron nuestros padres.
Al otro día, doña Catalina le dijo a mi mamá:
- Doña Nati, no ande dejando solas a sus hijas, pues anoche las espantaron, vieron a un muchacho que murió hace dos años en esa casa, pues asaltaron la bodega, se llevaron el dinero y al muchacho lo ahogaron tapándolo con ajonjolí, el dueño creyó que el empleado había huido con el dinero, y al levantar el ajonjolí, encontraron su cadáver.
Yo no le creí a doña Catalina, porque la persona que vimos era demasiado real para ser un fantasma; además, se veía tan contento; era moreno, con los dientes más blancos y parejitos que jamás había visto, pues lo vimos justo debajo del foco que estaba en el marco de la puerta.
Puesto que yo no le creía, estaba segura de que algún día lo volvería a ver y así, comprobaría que doña Catalina había mentido, pero por más que me fijé, nunca lo volví a ver.