La promesa

Tomada de “Experiencias en lo increíble pero cierto”. Otoño del 98. De la Profesora Constantina Parra Rogél.

Desde que yo tenía 15 años, me dediqué a ser catequista, cuando me dieron mi primer nombramiento de profesora, ya no tuve tiempo para eso; mi vida cambió radicalmente, me compraba todo aquello que yo siempre quise tener y asistía a cuantas fiestas o reuniones había. Esta vorágine se vino a ver interrumpida, una vez que tocaron a la puerta y tuve frente a mí a una señora o señorita, que yo nunca había visto, en los 10 años que había vivido por ahí. A pesar de estar yo bien arreglada, pues estaba a punto de salir, me cohibió la presencia de esa dama, pues no sólo estaba presentable sino que se veía elegante.

Me dijo que venía a verme porque tenía una promesa que no había cumplido y quería que yo la ayudara, dando clases de catecismo a un grupo de niños que ella iba a invitar a su casa el próximo sábado a las 11:00 horas; le pregunte la dirección y por las señas que me dio, yo ya conocía el lugar; le dije que sí y el día indicado llegué puntualmente. En el patio vi un grupo como de nueve niños, todos vestidos de blanco, me acerqué  y vi a la señora en el interior de una habitación que estaba abierta.

Empecé a dar la clase lo mejor que pude, alzando la voz para que la señora oyera, aunque se me hacía mucha desatención de su parte, que no estuviera ahí, pues la promesa era de ella. Pensé que tal vez estaría preparando algún refresco o agua para obsequiarme por el favor; del lugar donde yo estaba dando clase, se veía a toda la gente que pasaba y me extrañó que todos voltearan a ver sorprendidos, pero no pasó nadie que yo conociera. 

Los minutos pasaban, el sol ya nos estaba llegando, por lo que decidí dar por terminada la clase, no sin antes recomendarles que no faltaran el sábado siguiente; les pregunté donde vivían , si eran de la colonia Ejidal,; sólo el niño más grande se expresaba bien, y dijo a todo que sí; se levantaron para irse, pero al hacerlo, vi que se iban hacia adentro y no hacía la calle como debía ser, por lo que les hablé y les dije: -¿Por qué se van por ahí? ¿qué, por ahí hay salida?, a lo que el niño mayor me dijo que sí.

Enseguida me dispuse a decirle a la señora que ya me iba y para ello, me paré en el quicio de la puerta, donde la había visto al llegar; pero por más que le grité, nadie me contestó, por lo que me introduje y de pronto sentí el sol en mi cabeza; la habitación no tenia techo, eran puras ruinas y no había señales de que alguien viviera ahí. Como ya venía el circunvalación que me llevaría al centro, salí corriendo; el chofer y su ayudante que me conocían, se asombraron al verme salir de ahí, pero yo les dije que había ido a dar doctrina, cosa que ellos no creyeron.

Pasaron los días y no volví a recordar el incidente, ni lo comenté con nadie; pero el sábado siguiente, me presenté al mismo lugar, no por la señora, sino por los niños; no hubo nadie, y el lugar que la semana anterior me pareció limpio y arreglado, ahora estaba cubierto de basura y sucio, por lo que me retiré.

Las muchas ocupaciones me impidieron acordarme de estos hechos, hasta que 20 años después, mi suegra, platicando, un dia me dijo que las personas que mueren y deben una promesa, vienen porque vienen; por otro lado, a la señora nunca la volví a ver y la casa siguió en ruinas por muchos años más, ¿Quién fue?; los niños ¿eran vivos o muertos?, las personas que pasaban por la calle ¿los verían como yo los estaba mirando o sólo me verían a mí, perorando en una casa en ruinas y abandonada?.